domingo, abril 12, 2009

Todos quieren ser el chico de la moto

Hay algo extraño y misterioso que late en algunas películas, algo que va más allá de sus logros cinematográficos, de sus méritos como obras de arte, y que se aproxima a percepciones muy particulares y subjetivas, más vinculadas a experiencias personales y vitales, y que son difícilmente explicables. Ocurre por ejemplo cuando vi por primera vez, La ley de la calle de Francis Ford Coppola; tal vez tendría unos diecinueve años, pero hoy en día, todavía me provoca una serie de emociones interiores y personales, como las que llegaban a crear, en un imaginario ideal (cosas de la infancia), un amigo fantasma, un hermano mayor, que significara lo mismo que para el personaje protagonista, Rusty James (Matt Dillon), significaba El chico de la moto (Mickey Rourke), tal y como se conoce a su hermano mayor.
“El tiempo es una cosa muy curiosa. Un elemento muy curioso. Cuando eres joven, eres un niño, tienes tiempo para todo. Luego pasas un par de años de aquí para allá y no es importante. Pero cuanto más viejo eres, más te preguntas: ¿Cuánto tiempo me queda?”. Estas palabras pronunciadas por Benny (Tom Waits), el propietario del bar, son un indicio claro de que el tiempo es un tema fundamental en esta película. Ya desde el inicio, parece que las escenas están aceleradas y las imágenes de nubes que se desplazan velozmente o la aparición constante de relojes, siempre visibles, entre los objetos del decorado, transmiten la idea clara del desasosiego, la ansiedad que provoca e los personajes el paso del tiempo. Hay en La ley de la calle una fuerte sensación de que todo lo que se hace lleva una dosis extra de intensidad, como si la vida se tuviera que aprovechar a cada segundo. Es una sensación ésta que va muy ligada a otra idea, que está muy presente en la película, como es la nostalgia por épocas pasadas, aquellas en las que se cimentó el mito del chico de la moto. A todo esto se suma la contribución de la banda sonora compuesta por Stewart Coppeland, batería del grupo The Police.
"Si vas a liderar a la gente, tienes que tener un sitio adonde ir", le decía Mickey Rourke a Matt Dillon en la cinta. "Me gustaría haber sido el hermano mayor que tú siempre quisiste. Pero no voy a poder conseguirlo mejor que tú. Escucha: voy a echar los peces al río", sentenciaba en el desenlace el chico de la moto como remate a la destrucción del sueño de su hermano. Los peces del título original, Rumble Fish, se convertían así en la metáfora de toda la película y, además, en el único elemento en color del filme, junto con el reflejo de Rusty James en el coche de policía. Tal y como explica el filme, estos animales no pueden compartir pecera, porque se matan unos a otros. Pero al llegar al río, asegura Rourke, es probable que la libertad y el espacio neutralicen su perpetua situación defensiva.
En definitiva, un peliculón de principio a fín con la leyenda de Mickey Rourke como el chico de la moto y, junto a este, unos jovencísimos Matt Dillon, Nicolas Cage, Diane Lane y Sofia Coppola espectaculares.